martes, 21 de abril de 2020

A PROPÓSITO DE...





A Propósito del Vino

"No les queda vino". Amable lector, ¿recuerdas esta expresión de la Virgen María? Con esta frase sencilla de pocas palabras, la madre muestra a Jesús la necesidad urgente de unos novios y sus invitados en Caná de la Galilea. Aquello había pasado de boda a “bodorrio”. Sólo había unas tinajas vacías, pues habían acabado con las grandes tinajas del buen vino añejo y sabroso. Ante la reticencia del Hijo, María invita a los sirvientes a “hacer lo que Él os diga”. De esta manera, dulcemente empuja a Jesús para que realice su primer signo público, éste será el que proclame a todos los hombres su filiación divina y el reinado de Dios. La inauguración de un orden nuevo, una nueva manera renovadora de ver, juzgar y actuar en el mundo.
El acontecimiento de aquella boda fue un modo de enseñarnos a saber reconocer nuestras necesidades. A que ahondemos en nosotros para descubrir la falta de vino selecto, que pudiera haber en nuestra vida social, personal, familiar, laboral, eclesial,… una vez apercibidos de ello, acudamos con humildad y verdad al Señor que todo lo hace nuevo. Es una invitación a que de una manera introspectiva, nos dejemos guiar e iluminar por Él, siendo dóciles a sus consejos. Así, llenos de confianza en que sólo Él podrá transformar el agua que presentamos, en vino sabroso y envejecido. El vino de la compasión y de la misericordia que genera un mundo nuevo. 
El vino, símbolo de la alegría, de la esperanza, de la liberación del pecado, de la fraternidad, de la concordia, de la paz… no puede faltar en nuestras vidas y en nuestro mundo, pues cuando falta, el mundo se rompe en mil pedazos, haciéndonos ver nuestra contingencia, pequeñez, debilidad, pobreza, miseria, menesterosidad. El vino de la esperanza que alegra y ensancha el ánima. El vino que es para el hombre, y no el hombre para el vino. El vino bálsamo de amor que ha de bañarnos de por dentro y de por fuera. El vino que sana corazones rotos, maltratados, heridos, faltos de alegría y sentido de la vida. El vino que ayuda a la cordura y al diálogo sereno, pacífico y colaborador entre culturas, religiones, pensamientos político sociales y personas. El vino que da lucidez, que no merma la razón haciendo del hombre carne muerta de desecho. El vino que huye de la pendencia que divide y separa. El vino que no es pérdida de facultades, sino ganancia de sabiduría y equilibrio. El vino que no domina la razón y los sentimientos más nobles y bellos, sino que se usa como elixir del gran gozo de sentirnos hermanos, hijos de Dios existiendo en este maravilloso planeta tierra. El vino de la paz y del abrazo cercano y amigo. El vino que penetra mentes y corazones, haciéndolos más ávidos para descubrir lo bello que encierra cada persona. El vino que rechaza y repudia la frívola borrachera impropia de lo humano. El vino de la orgía indecente que prostituye el silencio de la noche con sus luces de neón y convierte al sujeto en cosa manoseable. El vino que no se vende, ni se prostituye, sino que se derrama a raudales de los corazones generosos. El vino que calma todos los deseos y satisface todos los anhelos. El buen vino, el mejor de los vinos. 
Amigos míos, que nunca falte en vuestro corazón y en vuestra casa este vino tan fascinante que hace que tus ojos y tu alma brillen de emoción y te sientas henchido de felicidad plena, a pesar de los golpes que ya nos trae la vida.
No cualquier persona podrá recibir el mejor vino, pues Dios lo tiene reservado para la gente sencilla, humilde, generosa, trasparente, compasiva, clemente y buena. Un vino que colmará con creces todas nuestras necesidades de sentido profundo de nuestro existir. Un vino reservado para aquellos que luchan por la dignidad de todos los hombres, por la justicia, por la reconciliación, por la paz, por la verdad…
El 30 de mayo de 1988, en Aeropuerto General Abelardo L. Rodríguez de la ciudad de Tijuana, México, tuve la gran satisfacción de conocer a una mujer flaca, pequeña, remendada, encorvada, arrugada, renegrida, y llena de una luz que jamás vi en un humano. De paso ligero, agarrada a su caja de cartón y a su bolsa de equipaje, envuelta en un sari azul de ribetes blancos, desentonaba con el automóvil “Chrysler Lebaron” con el que fuimos a recogerla al aeropuerto. En una segunda ocasión, en la ciudad del gran río Ganges, volví a percibir el destello de sus ojillos vivaces. En ellos volví a descubrir vino, Vino envejecido que daba Vida. Aún perdura en mis entrañas la dulce y penetrante mirada de aquellos ojillos vivarachos y santamente “ebrios” de la Santa de Calcuta: la Madre Teresa, una mujer y unos ojos embriagados por el Vino de Dios. 

P. Antonio Ramos Ayala


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